viernes, 25 de diciembre de 2015

EN DONDE ESTA TU HERMANO?

Jesús entonces, al verla llorando y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu y se conmovió, y preguntó: ¿Dónde lo pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve. Jesús lloró."
Si usted quiere saber cómo es que Dios se siente en cuanto a la muerte de sus seres amados, mire esta escena. Jesús se estremeció en Su Espíritu y se conmovió. La muerte es una cosa terrible. Y usted puede estar seguro que Jesús siente compasión por usted. Su simpatía está con los que viven. Él sabía lo que iba a hacer por los muertos.
"Jesús lloró", dice aquí. El evangelio de Juan está escrito para mostrarnos la deidad de Cristo, y sin embargo, aquí Jesús se manifestó en toda Su humanidad. Aun preguntó dónde habían puesto a Lázaro, Jesús sabía dónde estaba Lázaro, pero es una pregunta que nos enseña mucho. (“En donde pones tu a tu hermano cuando está muerto en delitos y pecados?”) Porque era muy humano. Y vemos aquí también cómo Dios se siente hoy en un funeral. Sus lágrimas se unen a las de los que lloran la partida de un ser querido. La muerte es terrible, y por eso Jesús lloró. Continuemos con los versículos 36 y 37 de este capítulo 11 de Juan:
"Dijeron entonces los judíos: ¡Mirad cuánto lo amaba! Y algunos de ellos dijeron: ¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera?"
Creemos que los judíos no comprendieron aquí el verdadero sentido de la actitud de Jesús. Él no lloraba por causa de su amor por Lázaro. Jesús no lloró por los muertos. Lloró por ellos, por los que estaban vivos y que sentían la pérdida de sus seres amados. Ahora, observemos que los judíos volvieron al incidente de la sanidad del ciego. Es obvio que ese milagro les había impresionado en gran manera. Continuemos con los versículos 38 al 40 de este capítulo 11 de Juan:
"Jesús, profundamente conmovido otra vez, vino al sepulcro. Era una cueva y tenía una piedra puesta encima. Dijo Jesús: Quitad la piedra. Marta, la hermana del que había muerto, le dijo: Señor, hiede ya, porque lleva cuatro días. Jesús le dijo: ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?"
Hoy en día, el Tema de la muerte, es un Tema que muchos tratan de pasar por alto, o desestimar. Y no hay nadie que pueda presentarla como un episodio placentero. Pero, vamos a enfrentarla con franqueza. No podemos disimular el aspecto de la muerte en una persona a través de medios humanos. Tampoco lo lograremos rodeando al cuerpo en un féretro con ramos de hermosas flores. Esto se hace con la intención de ayudar a mitigar el impacto de los efectos de la muerte. Pero aún con todo esto, la cercanía de la muerte es una experiencia terrible.
Marta dijo que Lázaro ya había estado sepultado por cuatro días y que su cuerpo hedía, por el proceso de deterioro físico. Alguien dirá que sus palabras parecían un poco crudas. Pero es que la crudeza de la muerte no puede ocultarse. Es horrible. Sin duda, este caso iba a requerir un milagro. Leamos los versículos 41 y 42:
"Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sé que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado."
Recuerde usted que todo este incidente era para la gloria de Dios. Por tanto, Jesús oró audiblemente para que las personas a Su alrededor supieran que lo que hacía estaba de acuerdo con la voluntad del Padre y era para la gloria del Padre. Hizo esto para el provecho de aquellos que estaban allí.
¡Ah, sí sólo pudiéramos aprender a orar así! Nuestras oraciones muchas veces son egocéntricas. Cuando algunos nos dicen que sus oraciones no tienen respuesta, se están delatando a sí mismos. Nos están diciendo cuál es el verdadero problema en su vida de oración. Están orando en una forma tan egoísta, que Dios no puede contestar su súplica. Si oramos para la gloria de Dios, entonces, Él contestará. Tenemos que llegar al punto donde podamos decir verdaderamente: "No se haga mi voluntad, sino la Tuya". Continuemos con los versículos 43 y 44 de este capítulo 11 del evangelio de Juan:
"Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle y dejadle ir."
Deseamos mencionar aquí, que creemos que Jesús levantó de los muertos a muchas personas. Creemos que en realidad hubo multitudes que fueron sanados, centenares de ciegos que recibieron su vista. Los evangelios solamente relatan algunos de todos estos casos.
Ahora, observemos que en el caso de Lázaro, su vida fue restaurada al viejo cuerpo. Salió vestido con toda la mortaja, exactamente como había estado en la tumba, hasta con el lienzo que le había envuelto la cabeza. En cambio Jesús, cuando resucitó de los muertos, simplemente salió de la tumba, y dejó allí todas esas vestiduras. ¿Por qué? Porque salió con un cuerpo apto para vivir en la gloria del cielo. No tuvieron que quitar la piedra para que Jesús pudiera salir. La piedra fue quitada para que los que estaban fuera pudieran mirar adentro y ver que la tumba estaba vacía. Su cuerpo glorificado pudo salir del sepulcro sellado, y pudo entrar sin problema alguno en una sala con las puertas cerradas donde se encontraban Sus discípulos.

Hay en esto una figura hermosa de la salvación. Nosotros estábamos muertos en delitos y pecados, muertos ante Dios. Pero, ahora hemos sido vivificados para con Dios, en Cristo Jesús. Pero estimado oyente, esta mortaja, nuestra naturaleza humana, nos retiene. El apóstol Pablo dijo en su carta a los Romanos, capítulo 7, versículos 15 y 24: "Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago. ¡Miserable de mí!" Ahora, no era un no creyente el que así hablaba; era un creyente. Pero Jesús quiere que estemos libres de esta mortaja.


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